jueves, 21 de febrero de 2008

El tiempo y la mañana

La cuarentena sevillana, que diria mi amigo Antonio, nos enfrenta cada día a encuentros de calendario. Hoy es 21, pero es jueves. Dentro de un mes, cuando vuelva a ser 21, será en cambio Viernes con mayúscula. Viernes Santo. Escribo estas líneas tempraneras, cuando dentro de un mes el Cristo de las Tres Caidas ya busque su puente, su gente, y sus entrañas trianeras.

A primera hora los cuerpos quebrados han asistido atónitos a las entradas madrugadoras que hacen desaparecer el ruan de la ciudad, para que solo quede Esperanza. Una de esas Esperanzas va dejando su perfume por el Arenal, y cuando se aleja, queda un pequeño gran vacío de calles desiertas, gentes que vuelven a casa con ojeras a descabezar un sueñecito, otros que llegan recién levantados a sumergirse en el clamor de capa que vuelve a casa. Hora de café pausado, hora de incertidumbre.

Si estás a esa hora en el Arenal, cuando ves alejarse el paso de la Esperanza, podrías pensar que algo le ha pasado al tiempo. No sabes explicarlo, pero hay un compás desasosegado que marca la frontera de la Madrugada y el Viernes. Un físico no podría averiguar que le pasa al tiempo en la ciudad. Tal vez pueda explicarse si te encaminas a esa primera hora hacia las puertas de la capilla de la Calle Real de la Carreteria. Abren temprano, porque también temprano sale por la tarde la cofradía.

Con esas dos hojas del templo abiertas de par en par, recibirás el regalo de la mañana del Viernes Santo. La contemplación de esos dos pasos, que parecen no caber en la preciosa capilla porque llenar, lo que se dice llenar, mas bien rebosan en espacio y en sentimiento, te dan de bruces con el pulso y el alma perdidas.

Sois pocos todavía en el templo. Entra, mira despacio, respira y sonrie. Cuando avance la mañana no faltarán gentes a visitarlo. Pero tu, a primera hora, ya has sorbido el trago de la dicha. Has tomado ventaja a la hora de sentir hasta una pequeña envidia de esos nazarenos románticos que a primera hora de la tarde van a conquistar la Puerta del Arenal, porque van a ser testigos elegantes del caminar sevillano de ese evangelio de madera anudada.

Falta poco, muy poco. Falta un mes para que sea Viernes Santo. Cuando llegue esa mañana, terminarás sabiendo que le pasa al tiempo a primera hora en el Arenal. Sencillamente, el tiempo también se emociona, porque le cuesta contener tanta vivencia acumulada en una Madrugada, sabiendo que todavía tiene que vivir el milagro del terciopelo azul. Y es que, como dijo aquel, el corazón del Arenal late en la Carretería.